viernes, 4 de septiembre de 2009

La casa de los espíritus





Nuestra memoria es frágil. El transcurso de una vida es muy breve. Todo sucede tan deprisa que no tenemos tiempo para entender la relación entre los acontecimientos. Esto es lo que mi madre escribió en sus diarios y cuadernos para poder seguir la pista del tiempo.

Mi madre siempre decía que el amor era un milagro. Desde que era una niña, ella escribía todo en sus cuadernos para ver las cosas en su dimensión real. Era la primera vez que veía a mi padre y, aunque mi padre había ido a declararse a la hermana mayor de mi madre, Rosa, supo que estaba enamorada de él.

Al cabo de dos años mi padre consiguió el oro que le llevaría de vuelta hasta Rosa. El amor le había llevado a lo más profundo de la mina, pero el trabajo duro y la espera sólo habían aumentado su anhelo. Por fin había triunfado y podría regresar para llevar a Rosa al altar.
La gente había acudido para celebrar la nominación de mi abuelo como candidato del Partido Liberal. Aunque mis abuelos intentaron mantener en secreto los poderes sobrenaturales de mi madre todo el mundo los conocía. La gente acudía clandestinamente a pedir consejo a mi madre.

Mi madre estaba convencida de que Rosa había muerto por su culpa. Creyó que si volvía a hablar alguna vez podría causar nuevos accidentes. Atormentada por la pena y la culpa permaneció en silencio, decidió no pronunciar una palabra a nadie nunca más.
Después de dejar de hablar mi madre vivía en un mundo propio, envuelta en sus fantasías. Un mundo donde la lógica y las leyes de la física no siempre eran aplicables. Vivía rodeada por espíritus del aire, del agua y de la tierra, haciendo que no necesitara pronunciar una palabra durante muchos, muchos años.

Durante los siguientes 20 años, mi padre consiguio hacer que Las Tres Marías llegara a ser una de las haciendas más productivas del país. Trabajaba desde muy temprano hasta bien entrada la noche y tenía constantes conflictos con sus descontentos trabajadores.
A pesar de la fatiga y los conflictos, mi padre disfrutaba al saber que todo cuanto poseía era fruto de su propio esfuerzo.

El colegio había terminado. Lo único que hacía soportable mi vida en el internado era el saber que tenía unas maravillosas vacaciones de verano por delante.
Todos los años Pedro y yo nos veíamos en secreto junto al río, y ahora que me había graduado podríamos estar juntos para siempre.

Mi madre lo dejó todo escrito para poder seguir la piesta del tiempo. Lo que escribió en sus diarios me ha ayudado a superar mis terrores. Y hoy me pregunto si quiero contribuir a la interminable historia de odio, sangre y venganza. Pero ya no puedo encontrar el motivo para hacerlo. Para mí la vida es mi hija, Pedro, la luz, el día, este mismo instante, los recuerdos, el futuro...para mí la vida misma se ha convertido en lo más importante.


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